Viviendo a través de la pantalla

por VANESSA HITES, Est. Derecho, U. de Chile. Directora de Educación, FEJ.
 
La tecnología nos está evolucionando. Nos hemos vuelto seres hipnotizados por la pantalla, dependemos de “cerebros externos” como computadores y celulares para comunicarnos, recordar lo que tenemos que hacer, pensar e incluso para vivir. Formamos parte de una integración hombre-máquina, un tipo especial de relación entre el sistema mecánico y el humano, en el cual se evidencia una disolución de ambos límites.
Somos testigos de cómo los humanos no sólo somos adictos a las máquinas, sino que nos estamos maquinizando. Hemos expandido nuestras capacidades naturales por medio de componentes artificiales, haciendo rutina nuestras conductas, asemejándolas al funcionamiento de una máquina. Este comportamiento ha sido la base para el comercio, la economía, la política y la propaganda, donde el tiempo es dinero.
A su vez, las máquinas se han vuelto cada vez más humanas, intentando simular algunas de nuestras características más básicas. Las máquinas de los estacionamientos te hablan, la termomix es la nueva housewife y siri aparenta mecanismos lógicos del cerebro humano. Las máquinas nos intimidan porque contienen cantidades infinita de información, nos amenaza porque la existencia humana es finita, ¿pero no es asombroso que hayamos logrado lo infinito?
¿Cuándo una máquina deja de ser máquina y se convierte en humano? ¿Qué tan claro es el límite? ¿Qué es lo que nos hace humanos?
Lo que nos diferencia es que somos seres racionales y podemos instrumentalizar las cosas, pero al parecer las máquinas y la tecnología nos están instrumentalizando a nosotros. Estamos obligados a usar aparatos electrónicos en niveles que nos llega a desagradar, es adictivo y aparte necesario para formar parte de la sociedad en la que vivimos. Hay que estar en contacto y en conexión constante con el resto de la gente, sino nos sentimos solos.
El hombre es un animal social, no queremos estar solos, pero por el abuso de las tecnologías estamos perdiendo los lazos verdaderos. Estamos perdiéndonos en las redes sociales, que nos dan una plataforma impresionante para gestionar nuestra vida social de forma cada vez más efectiva, coleccionando amigos como láminas de álbumes y reduciendo el verdadero sentido de la intimidad y amistad al mero intercambio de fotos y textos. Sacrificamos una conversación real por estar constantemente conectados.
Los medios nos dejan presentarnos en la forma que nosotros queramos. Podemos cortar, pegar, editar, agregar un filtro y borrar. Usamos las máquinas para definirnos, compartimos nuestras emociones y pensamientos mientras las estamos teniendo, aún más, estamos fingiendo experiencias para tener algo que compartir, obsesionados con la promoción personal que parece no tener fin, invirtiendo horas y horas en construir un perfil virtual que nos dedicamos a conservar, todo para servir a una imagen favorable de uno mismo. Pareciere ser que lo importante hoy en día no es lo que haces, sino cuanta gente se entera al respecto.
Necesitamos las máquinas para comunicarnos, se nos hace difícil hacerlo en persona, nos consume más tiempo y ya estamos acostumbrados a escribirlo, pero ni siquiera hay que describir como te sientes porque usamos emoticones; estamos dependiendo de lo no-humano para exteriorizar lo que nos hace más humanos.
¿Usaremos los avances en la tecnología como una excusa para la flojera o para ser creativos? ¿Seremos capaces de revertir con ellas algo del daño que hemos creado o las usaremos sólo como reemplazo de nuestra capacidad de cálculo, memoria y compañía?
La tecnología puede ser usada para unirnos, para crear y para comunicarnos de una forma más eficiente y rápida, pero no hay que abusar de ello, no hay que olvidarse que nosotros vivimos en el aquí y el ahora.
La verdadera pregunta no es cómo serán las máquinas en el 2050, sino que cómo seremos los humanos en el 2050. ¿Dejaremos de ver el mundo a través de una pantalla?

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