Santificando el tiempo de los demás

por LEANDRO GALANTERNIK, Lic. en Administración, U. de Buenos Aires. Posgrado en Juventud, Educación y Trabajo de FLACSO. Master en Organizaciones sin fines de lucro en la Universidad Hebrea de Jerusalem. Representante judío en la Red Juvenil Interreligiosa de Religiones por la Paz para América Latina y el Caribe.
 
En la tradición judía, la havdala es la ceremonia de separación del tiempo. El judaísmo santifica el tiempo, lo que permite tener muchos tipos de tiempos: tiempo común (jol – días de la semana), tiempo sagrado (kodesh – shabat o iom tov), tiempos medios (Jol HaMoed – los días intermedios de Pesaj y Sucot – y Rosh Jodesh – el nuevo mes -) y otro tipo de tiempo por el que transitamos dos veces por año, en Purim y en Janucá.
Cada uno de estos días tiene su grado de santidad, y acorde a ello, se modifica levemente la havdala que se realiza al anochecer de ese día sagrado. Bein Kodesh LeJol – entre lo sagrado y lo profano – es la havdala más común, que se realiza al terminar un día sagrado, siendo que el siguiente es un día común. Pero existe también Bein Kodesh LeKodesh – entre lo sagrado y lo sagrado, entre shabat y un Iom Tov (día festivo).
Alrededor del mundo, a fines de diciembre pasado, como tantos otros años, se prendieron las velas de la janukiá durante 8 días consecutivos. El 16 de diciembre se prendió la primera, para ir aumentando en luz hasta completar la janukiá la noche del 23. Janucá culminó al anochecer del 24 de diciembre, coincidiendo con Nochebuena, erev navidad. Janucá no es una festividad bíblica, la instalaron los rabinos (TB Shabat 21b) por lo cual no tiene ningún Iom Tov (día festivo), y si bien no se realiza havdala cuando termina, igualmente tiene algún grado de santidad que diferencia estos ocho días de los días comunes.
En el hemisferio norte, diciembre es uno de los meses más oscuros, con mayor cantidad de horas de noche sobre horas de luz, por esto muchas culturas, religiones y pueblos coinciden en festejos que tienen a la luz como protagonista durante estos días. Las nueve velas de la janukiá fueron seguidas por las luces de los arbolitos, cielos plagados de fuegos artificiales y familias reunidas celebrando.
Tuve la suerte de vivir dos años en Jerusalem, donde shabat es simplemente más especial que en otros lugares. Ahora viviendo en Buenos Aires, mi shabat es diferente y especial, pero ya no es en nuestra capital, eretz kodsheinu (Nuestra Tierra). Esa sensación de shabat en Jerusalem sólo puede sentirse similar en las grandes ciudades occidentales del mundo cristiano para el 24 de diciembre o en el año nuevo gregoriano. Buenos Aires, como tantas otras ciudades del mundo donde el cristianismo es mayoritario, se tranquiliza, las mesas están servidas, los negocios cierran, las familias se reúnen, la gente camina hacia las iglesias, y se vive un clima de fiesta.
Y si bien no comparto la celebración de Navidad, y para mí es una noche común como tantas otras, el ambiente dice lo contrario. Mejor aún es cuando esos días 24 y 31 caen viernes, mezclando la tranquilidad de la preparación para shabat con la tranquilidad de la ciudad festiva.
Janucá no tiene havdala, pero de haber tenido, tal vez debería haberse hecho Bein Kodesh LeKodesh, reconociendo que el tiempo puede ser santificado de diversas formas, a través de creencias que no siempre coinciden, pero que todas, cada una en su forma, traen luz al mundo.
Que todos nuestros actos den el ejemplo e iluminen a los demás, y pueda esa luz llegar a tantos lugares oscuros hoy en nuestro planeta, a tanta gente que necesita urgentemente una esperanza de paz.

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