La cuarentena de la Dignidad
por ALEJANDRA RIVAS, Arquitecto, U. Autónoma. Project Manager, PUC.
No voy a entrar a buscar culpables, no tiene ya ningún sentido echarle la culpa al gobierno, también porque fuimos nosotros quienes los elegimos, y ya nos quedó claro que son inoperantes y que su nivel de avaricia es casi incomprensible.
Pesaj nos habla de un pueblo sometido por otro, por una clase privilegiada que tenía el poder absoluto. Los egipcios llegaron al nivel de tener una fuerza trabajadora esclava que exponía día a día su salud y su vida, con jornadas de trabajo forzado donde la meta era sobrevivir. El Faraón fue durante miles de años el mayor símbolo de egocentrismo en su máxima expresión: poder absoluto, concepción divina, adoración constante y obligatoria a su persona, monumentos para exaltarlos por la eternidad.
Frente a esta injusticia y opresión, aparece un líder, con educación, de un entorno privilegiado, que “despierta” y se da cuenta que la situación ya no da para más, que atenta contra el primer valor humano: “la libertad”. Moisés logró unificar a las masas, educarlas y empoderarlas, convencer al pueblo sumido en la ignorancia y ganarse su confianza, haciéndolos incluso rebelarse contra la autoridad, con todo el miedo que eso puede llegar a producir por el temor a la represión de los “agentes del estado”.
Las plagas, una a una, advierten al faraón y enfrentan su sensatez, pero en su avaricia no fue capaz de comprender la gravedad de la situación. Con la última plaga, el “virus” que provoca la muerte de los primogénitos, la gente del pueblo reprimido logró entender que debía permanecer en la casa, encerrados en aislamiento y cuarentena, y fueron disciplinados. Frente a tanta muerte, el Faraón permite a Moisés que los judíos esclavos escapen, pero su “bondad” sólo dura unos instantes, su ira y ego lo vuelven a nublar y sale con su ejército a perseguirlos.
Moisés se toma 40 años en el desierto para educar hasta los más corruptos y guiarlos por el camino correcto. Muchos no llegarán a tocar ese nuevo territorio, debía empezar de cero con personas «limpias» de corrupción.
De chiquitita, me enseñaron el concepto de dignidad, de la mano con integridad y humildad, y no porque mis padres fueran tan capos, sino porque son valores básicos que me han llegado casi por osmosis de cientos de generaciones pasadas, y sobre todo gracias a la extraordinaria historia de Pesaj. Esto no tiene que ver ni con ingresos económicos ni nivel educacional, tiene que ver con humanismo puro, que vino de la mano de mi educación judía.
La integridad parte por saber priorizar: primero mi salud, sin salud no se puede hacer absolutamente nada, luego la salud del resto, porque se necesita la colaboración y la sociedad para subsistir, y eso es humildad y responsabilidad, saber que se necesita del resto, y si se está bien, uno debe colaborar, y si se está mal, uno debe abrirse a pedir y otros nos ayudarán. Teniendo esto claro, uno puede ser Digno, por uno y por los demás, y actuar por convicción y con esperanza.
Ya va siendo hora que estos valores comiencen a verse, que las personas se asuman en riesgo de salud y que ponen en riesgo la salud del resto, vulnerables. Que si se encierran posiblemente no tengan sueldo, por lo que dependen de sus redes, de sus vecinos, de sus parientes, de su comunidad, y que entre todos podamos hacernos un plato de comida, con fraternidad y solidaridad.
¿Qué más se puede hacer en estas ocasiones? Despertemos nuestra consciencia social, especialmente quienes tienen más acumulación de bienes y riqueza, y seamos generosos. Lo que tienen plata en esta vida, D’s se las entregó confiando en que serían capaces de repartirla entre los que no. De nada sirve tener posesiones materiales de más, más cuando la realidad supera la ficción y la moral.
Si las personas recuperan su dignidad, es probable que el injusto sistema colapse junto con sus valores competitivos y su egoísmo. Con una especie de protesta muy pacífica, introspectiva, silenciosa. En un mundo de personas dignas, no hay lugar para abusos ni corrupción.
Este virus es una nueva oportunidad para recuperar nuestra dignidad humana, recordando que volver a ser libres, como en Pesaj, cuesta mucho cuando la libertad se pierde por la avaricia.