Matrimonios Mixtos: ¿qué hacemos con ellos?

por NICO RIETHMULLER, Rabino en Formación, Instituto Rabínico Reformista. Director El Diario Judío 2011-2021.

Los matrimonios mixtos, entre personas judías y no judías, tienen un lugar central en  el debate comunitario actual. La preocupación por las personas judías que eligen para casarse y formar una familia a personas no judías existe de manera transversal en las principales corrientes religiosas dentro del mundo judío. Pero esta preocupación no algo nuevo, es reflejo de una realidad que existe desde hace miles de años dentro del pueblo judío: la integración de los judíos a las sociedades que habitan. Distintos actores y sectores la han considerado como una amenaza a la continuidad de nuestro pueblo y de nuestra religión, pero, ¿son los matrimonios mixtos una amenaza real para la continuidad del pueblo judío y del judaísmo? ¿Qué actitud deberíamos tener hacia los matrimonios mixtos? 

En la Torá, nuestro libro fundacional, el mismo Moshé rabeinu, el profeta de profetas del judaísmo, el único en el Tanaj que tiene contacto cara a cara con Dios “Dios hablaba a Moshé cara a cara, como un hombre le habla a su compañero” (Shemot 33:11), se casó no sólo con una mujer no judía, sino que con la hija de un sacerdote. “Y huyó Moshé de ante el Faraón y se estableció en la tierra de Madián. Y se sentó junto al pozo. El sacerdote de Madián tenía siete hijas, ellas vinieron y sacaron agua del pozo…” (Shemot 2:15-16), “Y deseó Moshe residir con el hombre, y dio a Tzipora su hija a Moshé” (Shemot 2: 21). La esposa de Moshé fue fiel y lo acompañó en su tarea crucial de luchar contra la esclavitud y liberar a los judíos de Egipto.   

Entre las meguilot, tanto el libro de Rut como el de Ester nos presentan y dejan profundas enseñanzas respecto a la importancia que tuvieron dos matrimonios mixtos claves para el pueblo judío. Rut no sólo no es judía, sino que además es moabita, una de las naciones prohibidas para los judíos. De su vientre, producto del matrimonio y relación con Boaz, tras enviudar de su primer esposo, el hijo de Naomí, otro judío hombre judío, nacerá “Obed, quen engendró a Ishai, e Ishai engendró a David”. (Rut, 4: 22). La biblia nos está diciendo expresamente que el mismo rey David, el más grande rey de Israel, viene también de un matrimonio mixto. Además, del mismo linaje mixto se engendrará el más esperado, el Mesías. “Y saldrá un retoño del tronco de Ishai” (Isaías 11: 1). La persona que va a salvar a la humanidad y resucitar a los muertos, desciende de un matrimonio mixto. 

En el libro de Ester, el pueblo judío, repartido a lo largo de todo el imperio persa, ¡se salva gracias a que la esposa del rey de Persia era judía! Es la inteligencia de su padre Mordejai, un hombre judío, y la habilidad y belleza de su hija, una huérfana educada por su tío, las que logran que una judía sea la esposa de la persona más poderosa del mundo en aquel entonces y logre revocar una decisión de exterminio a los judíos de todo el imperio. La historia es motivo de alegría extrema en los festejos de Purim hasta hoy. 

Otro personaje de nuestra tradición que también es símbolo de matrimonios mixtos es el rey Salomón, y las opiniones hacia esto son tanto positivas como negativas. Se escribió que “tuvo 700 esposas reales y 300 concubinas, y sus esposas dieron vuelta su corazón” (Melajim 11: 3), y por ende, comenzó a adorar a otros dioses de otros pueblos, a construirles altares a otros, lo que fue interpretado como la causa de la desintegración de su reino. Pero por otro lado, fue la persona bendecida por Dios explícitamente con sabiduría y justicia, como ningún otro, en Melajim 3: 12, y desde la astucia y la diplomacia, otras líneas de pensamiento visualizan sus uniones a mujeres no judías como la razón de una larga paz y prosperidad a su reinado, además de la extensión más grande debido a las alianzas realizadas, la más grande época de Israel. El mismo esplendor del Israel bíblico tiene su causa en los matrimonios mixtos.  

En distintos momentos en que los judíos se asentaron masivamente fuera de la tierra de Israel, los matrimonios mixtos han sido parte de la realidad. En el primer exilio en Babilonia, tras la destrucción del Primer Templo por Nabucodonosor II en 587 a.e.c, se formaron muchos: “somos muchos los que hemos transgredido en este asunto” (Ezra 10: 13). Era algo tan común casarse entre judíos y no judíos que al regresar del exilio, se ordenó la separación de dichos matrimonios. Tras el segundo exilio, muchos judíos se establecieron en Egipto, siendo parte del mundo heleno. Judío helenístico se percibe desde la retórica de la amenaza como un judío “asimilado”. Tanto en Babilonia como en Egipto, los judíos incluso adquirieron masivamente nombres locales hebreizados. Entre los más famosos, el de Aleksander.   

Ya en la Torá podemos encontrar alusión a la prohibición de matrimonios mixtos, reflejando que es algo que lleva ocurriendo desde hace miles de años, y de manera masiva. “Y no contraerás matrimonios con ellas; no entregarás tu hija a su hijo, ni tomarás su hija para tu hijo”. (Debarim 7: 3) Sin embargo, esta alusión que sería en las escrituras la más antigua y tajante, se refiere sólo a las siete naciones prohibidas que salen específicamente señaladas: los hititas, los gergeseos, los amorreos, los cananeos, los ferezeos, los heveos y los jebuseos. Estas 7 naciones fueron señaladas justo antes de la cita como pueblos con los que Israel entraría en guerra y Dios los pondrá para Israel para matarlos a todos y entregar a Israel la tierra prometida. ¿Qué tendría que ver esto con prohibirle a una persona judía no casarse con una no judía con la que viven juntos en una misma sociedad y compartiendo una vida en común?

La Biblia tiene numerosas historias ejemplares de matrimonios mixtos con importancias fundamentales, como todas las expresadas anteriormente. Aunque ciertos sectores quieran hacer ver a los matrimonios mixtos como amenazas a la continuidad del judaísmo y de nuestro pueblo, la Biblia los presenta no sólo como parte de una realidad milenaria, con la que vivimos sin problema, sino que más aún como algo clave para nuestra sobrevivencia y existencia.

Un claro ejemplo de distancia entre la ley y la práctica es una respuesta del Rambam en el siglo XII. El mismo Rambam nos dice en el Mishné Torá que “si un hombre judío tiene fama de dormir con su sirvienta y después haberle dado la libertad, o si tiene fama de dormir con una mujer no judía y después se convierte, él no debe casarse con ella (…) En todos estos casos, si una pareja transgrede y se casa, no deberían ser forzados a separarse”. (Guirushim 10: 14). Su misma ley da un lugar permisivo que es mejor permitirlo a perder a la persona judía. Además, en su responsa 132 expresó con claridad la generalidad de ser permisivos para ayudar a reparar la situación. Debió resolver sobre el caso de un hombre del que, se rumoreaba, tenía relaciones con su esclava y acusada de no judía y dormían bajo el mismo techo. El tribunal rabínico, después de escuchar estos indecentes, ha de forzar al hombre a sacarla de su casa. Pero cuando el Rambam responde a esta situación, no sólo sugiere que arregle la situación y se case con ella, a pesar que se vea como una transgresión, sino que además señala que esto es lo que él sugiere generalmente, en la mayoría de estos casos, que son muchos. Lo hacemos מפני תקנת השבים, es decir, para facilitar a la gente el proceso de acercarse y sostener los lazos comunitarios, y así evitar un mal mayor, la pérdida de la persona judía de nuestro pueblo y comunidad. 

Mucho más reciente en el tiempo, se usa la figura de Moisés Mendelssohn, el padre del judaísmo reformista, del siglo XVIII en Alemania, para simbolizar no sólo la amenaza de los matrimonios mixtos en la continuidad del pueblo judío, sino la amenaza de la práctica de un judaísmo menos rígido en vez de un judaísmo ortodoxo. Cuando una persona judía elige para casarse y hacer familia a una persona no judía, la amenaza los culpa a ellos del corte del judaísmo en la descendencia de su familia. Pero la realidad nos enseña lo contrario. 

En mi javurá, viene Matías, un joven de 12 años a participar de nuestras actividades. Él es hijo de padre judío y madre no judía. Su padre es hijo de padre y madre, ambos hijos de padre judío y madre no judía. Matías es tercera generación de hijo de padre judío y madre no judía. Y luego de ya casi un siglo que su bisabuelo fue el último que tuvo padre y madre judíos para la concepción tradicional, ellos siguen tocando las puertas de las sinagogas pidiendo entrar y desarrollar su identidad judía, y las sinagogas siguen cerrándoselas en la cara y expulsándolos de las comunidades judías, alegando que son ellos los que se han ido. Hace muchos años atrás, los que hablan de la amenaza le dijeron al bisabuelo que su descendencia no sería judía si se casaba con una mujer no judía, que se perderían y no tendrían interés en ser judíos. Y pasan las generaciones, y frente al interés en acercarse a las comunidades judías, seguimos tratándolos como no judíos, y no logramos atajarlos, más bien, pareciera ser que los estamos expulsando.  

Una vez más, esto pareciera ser un debate entre la halaja, la conducta ideal que establecemos para nuestras comunidades a lo largo del tiempo, y la realidad. Personas judías actualmente se están perdiendo, dejando olvidada su identidad judía y la de su descendencia, no por culpa de ellos, sino por la propia comunidad judía que los expulsa pasivamente y les cierra las puertas para ser ellos y sus hijos parte de nuestro pueblo. Cuando una persona judía ya eligió para casarse y formar familia a una persona no judía, y con mayor razón si su pareja lo apoya en construir un hogar judío, es tarea del judaísmo y de las comunidades judías abrazar a estos matrimonios en construir un hogar judío, y eso pasa por poder realizar matrimonios bajo la jupá para parejas mixtas. 

Si en uno de los momentos más importantes de sus vidas, la pareja elige como ceremonia el rito judío, es muy probable que lo vuelva a elegir para los momentos futuros rituales más importantes de sus vidas, y la descendencia y educación judía de esta familia continúe. El caso puntual de negarnos a realizarla, dejando a la pareja sin opción de matrimonio judío, producirá una distancia y ruptura con el judaísmo que probablemente no pueda volver a acercar. ¿Son ellos los que dejan de ser judíos por falta de interés, o somos nosotros los que les negamos el acceso a desarrollar una identidad judía? ¿Es un matrimonio mixto prueba suficiente de asimilación? ¿Da un matrimonio judío garantías reales de continuidad judía para su descendencia en el tiempo? 

La identidad judía no es algo racial, es algo social, y en un matrimonio mixto deberíamos hacer todo a nuestro alcance para fomentar en los hijos la continuidad de nuestro pueblo y el empoderamiento de nuestra identidad. Como señala la postura de la CCAR hacia los matrimonios mixtos, “Muchas figuras rabínicas de los Estados Unidos ofician bajo determinadas circunstancias en bodas entre personas judías y no judías” (Mark Washofsky, 2010). Es nuestra responsabilidad abrazarlos y fomentar la identidad judía en ellos. 

Estos argumentos nos deberían por lo menos preguntarnos sobre cómo tratamos a las personas no judías que eligen vivir y casarse con personas judías. El Tanaj también nos enseña explícitamente al respecto. Como una persona no judía que elige vivir entre los judíos, y también morir entre nosotros y creer en lo que creemos, Rut es percibida como alguien de gran valor: “Que premie Dios tu accionar, que recibas tu recompensa completa por parte de Dios, el Dios de Israel, bajo las alas de quien has venido a refugiarte” (Rut, 2: 12), “todo lo que digas haré por ti, pues toda la gente del portal de mi pueblo sabe que eres una mujer valiosa” (Rut, 3:11). Nuestra actitud debería ser de valorar a las personas no judías que eligen casarse con personas judías y ayudarlos y hacernos responsables de empoderarlos en la de construcción de un hogar judío.

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