La Destrucción en Nietzche: creación para una nueva vida y un nuevo proyecto de Sociedad y Responsabilidad Social.

por FELIPE QUINTEROS, Est. de Psicología, U. Adolfo Ibáñez.

Quizás comenzamos mal. Quizás nunca lo hicimos. Quizás debamos destruir y volver comenzar.

La destrucción del Templo de los judíos en Yerushalayim se trata de un evento único en su tipo, singular, y aún así, nos permite pensar una estructura que no hace sino repetirse sin cesar, anunciando el eterno retorno de lo mismo, infinitamente repetible.

Fue Nietzsche quién nos enseñó a filosofar con un martillo, y si pensamos en uno de los martillos de la historia de nuestro pueblo, llevamos en la memoria a Judas Macabeo de Modín, quién según somos enseñados deriva su nombre de este artefacto de hierro. Ambos personajes arriban en nuestra memoria como personas desafiantes, cómplices de una cierta destrucción.

Nietzsche quiere destruir. Necesita hacerlo para seguir con vida. Destruye por amor, por amor a la Vida. ¿Es esto posible? Llueve, es tarde. Los niños salen de clases deseosos de volver a sus casas. Ni si quiera termina de sonar el timbre de salida y una estampida de pequeños inundan los corredores de la escuela de Naumburg. Los niños se precipitan hacia el portal. Entre éste y la salida a la calle, media un gran corredor descubierto. La lluvia arrecia y hace frio. No hay razón para dejar de correr. Es necesario correr aún más rápido, pues se debe evitar, se debe evitar quedar mojado. Los padres reciben a sus hijos con los brazos abiertos. Entre ellos, una abuela.

Todos los niños alcanzan la salida y a sus padres con rapidez, menos uno. El tal, camina lentamente por el corredor. Haciendo caso omiso a las inclemencias del tiempo. Es el pequeño Nietzsche. Al llegar junto a su abuela que le espera, esta le pregunta: Friedrich! ¿Por qué no corriste como todos? ¿por qué insistes en mojarte? ¿qué no ves que llueve a cántaros y hace frio?  El pequeño baja la cabeza para luego levantarla con convicción: Es que no ves abuela, que hay un letrero en el corredor que dice no correr?

La norma ante todo, el deber y la autoridad deben ser respetadas. Así transcurre la infancia del que sería quien nos enseñaría a martillar, sumido en estructuras ideales incondicionales y opresivas. Las mujeres que lo rodearon, se nos dice fueron estrictas e impacientes, ambas comandaban Grandes Ideas que Friederich más tarde no haría sino destruir.

En el léxico de Heidegger, lector de nuestro personaje, encontramos dos nociones encontradas; Destrucción y Devastación. La primera, habilitadora y productiva, la segunda, sólo conducente a la nada.

La destrucción pareciera así,  ser tan necesaria a la Vida como a su opuesto; la muerte, que paradójicamente parece ser su condición de posibilidad.  El polluelo y su huevo. El pequeño Nietszche y la metafísica que lo envolvió desde temprano. No sería necesario ser un biólogo evolucionista para percatarse que la destrucción de estructuras anteriores da paso a la existencia de lo nuevo.

Las generaciones (de hombres, de ideas, de sociedades…)  pasan una a una dando lugar a las nuevas. Destrucción necesaria, destrucción que da Vida. El hombre es algo que debe ser superado, diría más tarde el niño recto que prefirió mojarse antes de violar la ley del hombre sobre el hombre.

Nos indignamos cuando reconocemos el carácter inaceptable de algunas ideas y discursos en tanto se vuelven obsoletos. Nuestra finitud parece estar atenta a los indicios de desgaste y la opresión. En un tiempo en que el mundo se ha puesto bajo las leyes del libre mercado, y de esta forma entrega muerte a millones de personas en condiciones humillantes, es necesario pensar. Lejos de ser una situación “extra-ordinaria”, en el sentido de ser absolutamente “algo de este tiempo”, vemos con terror que este sacrificio de algunos por los otros puebla nuestros libros de historia.

Aún así, la demanda de cuidado continúa. El Otro pide nuestra ayuda, y nos comanda que respondamos a su fragilidad. En este momento en que evoco a Levinas, pienso en lo infinito de la demanda de responsabilidad que implica vivir en sociedad. Nunca somos lo suficientemente responsables por el Otro, pues al ser responsables por un grupo, indefectiblemente descuidamos a otro. Es la tarea infinita de la política, y que sólo de esta forma debe ser afirmada. Una y otra vez, las veces que sea necesario.

Pero Nietzsche desconfía de las palabras bonitas, y será Freud quién quizás aquí nos sea de ayuda. Para éste, Amor y Odio dirían lo mismo, pero no lo igual. Ambos se mantendrían unidos de manera esencial. No sería posible pensar el uno sin el otro. Ambivalencia constitutiva de toda relación. La política quizás sea desde aquí, el nombre de una relación ambivalente. El reconocimiento de nuestra interdependencia, con sus conflictos  y violencia irreductibles. Labor de permanecer, en el mismo momento en que sólo queremos huir.

Quizás no sean buenas noticias para quienes buscan respuestas claras y distintas, mundos puros y exentos de defectos y contaminación. Que el amor y el odio sean dos caras de una misma moneda y que estemos habitados por deseos destructivos nos parece repugnante.

No obstante, Nietszche parece invitarnos a ser fuertes, a formar alianzas, instituciones,  a pensar de otra manera. Nos enseñó que el mundo debe ser creado y recreado por nosotros, estando a la altura de un pensamiento afirmativo. ¿No es esto Tikun Olam? En momentos en donde vemos destrucción y caos, es una responsabilidad el poder pensar y reflexionar acerca de  nuevas maneras de proyectar un futuro.

Nietzsche parece haber limpiado algo el terreno. Hoy, el fundamento de todo significante trascendental se encuentra en cuestión de la manera más radical, junto con su reaparición en las formas más intransigentes: Dios, Mercado, Liberalismo. Todos han perdido nuestra confianza.

Eventos “subversivos” hoy invaden la prensa, rodeados de las preocupaciones de los políticos a cargo. Es de esperar que la antigua estructura educativa chilena sea destruida y dé paso a una mucho mejor, que pueda tener en consideración la humillación de muchos chilenos y estar a la altura de su dolor.

Destruir lo que debe ser destruido parece ser nuestra tarea, quizás la única posible. Sin embargo, una ambivalencia y ansiedad necesitan ser traídas a la conciencia. Entre el amor y el odio, debemos poder afirmar la vida. Pues el Otro, que es también nosotros mismos, demanda nuestro cuidado.

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *