La evolución de la dominación sobre el cuerpo y su devenir hacia la sociedad globalizada: el nacimiento de la prisión y la criminalización de la pobreza.

por NICO RIETHMÜLLER, Lic. en Sociología, U. de Chile. Est. MA en Resolución de Conflictos y Mediación, U. de Tel Aviv.

De distintas maneras, nuestro cuerpo ha sido víctima de diversos paradigmas de dominación, los que se extienden tanto a los “antisociales”, como también a todo el resto de la sociedad. Hablar de cómo el sistema nos domina pareciera ser siempre medio “conspiracionista”, pero es justamente a través del proceso de socialización y normalización que experimentamos a temprana edad, que la formas de dominación nos parecen “normales y naturales”.

Así también parecía normal y natural cuando en las sociedades pre-modernas, el ladrón de pan, el vagabundo, el loco o alguna otra víctima de la criminalización de la pobreza era ejecutada públicamente como un espectáculo, donde el verdugo ejercía el castigo en una dominación física sobre el cuerpo a través de la tortura y el dolor. El hecho que fuera público servía como ejemplo de comportamiento para el resto de la sociedad.

Pero hacia la sociedad moderna, la dominación sobre el cuerpo, por lo menos en el mundo occidental, deja de ser física y pasa a ser a través de la normalización de pautas sociales. El método, la reproducción de individuos con pautas de comportamiento reiteradas. Las instituciones principales juegan un rol fundamental en la socialización de los individuos en el proceso colectivo de la formación de lo que Foucault denomina la sociedad de la disciplina. Las personas aprenderemos a cómo comportarnos en esta nueva sociedad.

Me refiero solo al mundo occidental, ya que hoy en día en muchos países “fanáticos” continúan practicando la ejecución pública como forma de castigo ejemplificador hacia el resto de la sociedad, la que todavía tiene una importancia fundamental, como la lapidación en países árabes radicales para mujeres adúlteras que deshonran a sus maridos en sistemas de dominación donde son poseídas como un objeto, o la ahorca pública para hombres homosexuales en países como Irán, donde estos comportamientos se salen de la norma social.

Las diversas instituciones que nos parecen hoy tan normales y cotidianas en el mundo occidental, se vieron reconstituidas en su función para educar al individuo y normalizarlo en un tipo de sociedad determinado, normativizando su comportamiento, moldeando sus horarios, ejemplificando sus hábitos, otorgándole un tiempo determinado a sus acciones y entregándole una serie de horarios establecidos y delimitados para actuar. Es así como en una acción conjunta, la Escuela, la Iglesia, el Ejército, el Hospital y la Universidad han definido y entregado a cada individuo una disciplina determinada que guía, moldea, estructura y limita su comportamiento. El cuerpo pasa así a ser un objeto de dominación en su conducta social, la cual estaría definida desde estructuras sociales externas.

Pero lo que estos procesos de normalización y socialización lograron finalmente fue que la disciplina en los comportamientos sociales no solo fuera total en la esfera pública, sino que también en la privacidad de los individuos. Es así como nos comportamos siempre de manera disciplinada, como si estuviéramos en la presencia de un ojo permanente que nos vigilara, completamente internalizado, temiendo en nuestra intimidad al castigo del sistema. Y con esto dimos el paso de la sociedad de la disciplina a la sociedad de control.

Junto a estas instituciones, hubo además otra que también goza hoy en día de toda nuestra legitimidad, pero que no cumple para nada el objetivo con el que se fundó, y que está reproduciendo a los “antisociales” que pretende reintegrar a la sociedad: la prisión, institución que ha llegado a ser la pieza fundamental del sistema penal, tan incuestionable como a la vez, fallida. Hacia finales del siglo XVIII, el espectáculo punitivo dejó de recaer en el cuerpo para dar paso a esta nueva forma de castigo y cautiverio. Fallido, mientras el objetivo del castigo sea corregir y reformar. Aun así, aunque se pase de lo punitivo al encierro, la acción sigue recayendo en el cuerpo.

A los que roban se los encarcela; a los que violan se los encarcela; a los que matan, también. ¿De dónde viene esta extraña práctica de encerrar para corregir, que traen consigo los Códigos penales de la época moderna? El desarrollo de un verdadero conjunto de procedimientos para dividir en zonas, controlar, medir, encauzar a los individuos y hacerlos a la vez “dóciles y útiles”. Vigilancia, ejercicios, maniobras, calificaciones, rangos y lugares, clasificaciones, exámenes, registros, una manera de someter a los cuerpos, de dominar las multiplicidades humanas y de manipular sus fuerzas, se ha desarrollado en los hospitales, en el ejército, las escuelas, los colegios o los talleres.

El pensamiento racional que está detrás de la prisión representa toda una tecnología de la corrección humana, de la vigilancia y del comportamiento. Pero las prisiones pasaron a convertirse en centros corruptos de abusos del hombre por el hombre y centros de reproducción de una cultura delictual y una normalización negativa hacia la valoración de la sociedad. Son centros de cautiverio de los violentos desadaptados reconocidos como muertos cívicos, los que generalmente se ubican en zonas alejadas de la ciudad al igual que los muertos de los cementerios.

Pero el surgimiento de la sociedad globalizada ejerce su dominación ya no sobre un cuerpo físico en un mundo sin fronteras geográficas ni políticas, sino sobre un cuerpo de información, que selecciona, segmenta y excluye según su poder adquisitivo y participación en el mercado. Bajo esta lógica, el pobre es un sujeto excluido del nuevo espacio físico social de la sociedad de mercado: el mall o espacio de consumo, donde al único sujeto que quizás nunca veamos sea un mendigo pidiendo plata. La lógica de la globalización criminaliza la pobreza, donde el vagabundo y el mendigo pasan a ser criminales junto con el loco y los “antisociales” violentos, todos los cuales deberán ser encerrados para formar la población de muertos cívicos.

Lo que hoy nos da vergüenza, en el siglo XIX era símbolo de orgullo y admiración. Pero si bien dimos un gran paso al eliminar los suplicios públicos punitivos sobre los cuerpos, dimos también paso a un sistema de abuso interno. El siglo XIX inventó las libertades; pero les dio un subsuelo profundo y sólido, la disciplina. Para el siglo XX, esa disciplina se convirtió en control, y con el siglo XXI, ese control se hace completo y total no sobre nuestros cuerpos, sino también sobre nuestra información.

La prisión es una institución tan corrupta que de por sí no puede cumplir su rol ejemplificador. Si sus paredes fueran de vidrio, el sistema penal colapsaría y no podría continuar existiendo. Pero sus gruesas paredes y su lejana ubicación hacen que sea una falencia más de nuestra sociedad a la que preferimos hacer caso omiso y pensar “así son las cosas”.

Pues no, las cosas están para cambiarse. Está sucediendo, vivimos en un momento histórico de movilizaciones, despertar, ocupación, descontento y colapsos. A lo largo de todo el mundo, y lo mejor de todo, es inevitable. Ser parte de él, es tu decisión y responsabilidad.

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