Cómo leer y cómo no leer el ataque israelí a Siria
por MARCELO KISILEVSKI, Lic. en Comunicaciones, U. de Buenos Aires. Comunicador y Educador. Modiin, Israel.
Una de las cosas que enervan a los israelíes que rompen la claustrofobia de los medios locales para leer lo que se publica y dice afuera de la propia burbuja, es que los setenta mil muertos, entre masacres y sub-masacres que perpetra a diario Bashar El Assad en una guerra civil que tiene lugar en el marco de la erupción volcánica de las llamadas «primaveras árabes», que comenzaron en Túnez, allá por 2010, y que amenaza con seguir extendiéndose por los países árabes que aún no fueron afectados (arrastrando a potencias y mini-potencias a un agujero negro impredecible), que todo esto no sea visto por el mundo como una amenaza a la estabilidad y la paz.
Pero un solo bombardeo israelí fuera de su suelo, con el fin de prevenir ataques en su contra por milicias para-estatales, eso sí, eso y no otra cosa, amenaza nada menos que la paz mundial. Hay que sufrir de una miopía internacional seria, o bien ser dueño de una mente analítica algo torcida, para compartir esa cosmovisión tan de moda según la cual, sólo cuando Israel dispara, el mundo queda puesto al borde del abismo, mientras todo lo demás, en especial lo que hacen los países árabes, es comprendido como parte de un multiculturalismo retorcido, que blanquea las peores atrocidades bajo la bandera del relativismo cultural.
El ataque israelí, es cierto, puede ser entendido por Bashar Assad, desde todas las reglas del derecho internacional, y si de verdad se empecina, como una declaración de guerra por parte de Israel. Pero Siria, al tiempo que combate a sus oponentes domésticos, está hace ya más de una década inmersa hasta el cuello en el programa del eje Irán-Siria-Hezbollah-Jihad Islámica palestina y otros apadrinados de los ayatollas de Teherán para armar hasta los dientes a organizaciones terroristas con las cuales intentar atenazar a Israel por el norte y por el sur sin ensuciar sus propias manos. ¿Armar a organizaciones terroristas y asociarse para atacar a otro país sin provocación de su parte, todo eso sí es legal según el derecho internacional? El mundo debería explicarse y explicar, en cambio, que los actos de armamentismo de Irán y Siria son los que bien pueden ser entendidos por Israel como declaración de guerra en su contra. Pero al parecer, eso es mucho pedir.
Pensar en Israel como violador serial del derecho internacional y en Bashar Al-Assad como la Madre Teresa de Calcuta, sólo puede provenir de mentes confundidas en el mejor de los casos, o de mentes afiebradas de sospechosa agenda, en el peor. Lo mejor, en cambio, es intentar entender el conflicto desde su propia dinámica, que no está guiada por derechos y morales, sino por fidelidades, identidades religiosas e intereses.
Desde esta perspectiva, el ataque doble de este fin de semana no estuvo inscripto en la guerra civil siria, sino en el enfrentamiento que la mencionada alianza chiíta-alawi mantiene con Israel. Los israelíes vieron en el virtual «empate» entre el régimen alawita de Assad y los rebeldes sunitas, una oportunidad para destruir parte de un arsenal de misiles de largo alcance que estaban en camino al sur del Líbano, a manos de Hezbollah.
Según fuentes de inteligencia militar occidentales, el cargamento incluiría misiles Fatah 110, con un alcance de unos 70 kilómetros, que podrían llegar desde el sur del Líbano a Tel Aviv, o misiles Scud-D, con un alcance de más de 600 kilómetros, que podrían llegar desde el sur libanés a Eilat, o ambos.
Según los cálculos israelíes, Siria no responderá al ataque, abriendo un nuevo frente en el cual debería utilizar su fuerza aérea, única ventaja estratégica que hoy en día mantiene frente a los rebeldes sunitas. El problema de Assad es que, de iniciarse una contienda contra Israel, éste destruiría sus aviones en un par de días, pero frente a sus rebeldes, esas naves son las que mantienen al régimen en pie. Por eso, a Israel le es más conveniente un Assad fuerte y en control, más que un líder sirio acorralado, que no tenga nada que perder y que desde ese rincón decida lanzar sus misiles contra Israel.
Israel no está preocupado por las armas que puedan detentar los diversos regímenes en el Medio Oriente. Ni los misiles de tecnología iraní y rusa que hoy pasan por territorio sirio, ni las eventuales armas nucleares en manos de Irán. Se trata ciertamente de regímenes autocráticos, pero de gobiernos que, al fin y al cabo, tienen responsabilidad de estado. Siria sabe que atacar a Israel implica colocar a toda la nación en un riesgo mortal. Irán, por su parte, sabe que lanzar una bomba contra Tel Aviv tendrá su réplica en la desaparición de Teherán. E Israel sabe que sus vecinos saben.
A Israel, en cambio, le preocupa que esas tecnologías, convencionales y no convencionales, nucleares y químicas, puedan llegar a las organizaciones terroristas, que carecen de tal responsabilidad por sus estados y por sus habitantes, y que tienen, por lo tanto, el gatillo fácil.
Israel se ha abstenido de participar de modo alguno en ninguna de las llamadas primaveras árabes. No ha intervenido en el plano militar, ni en el de inteligencia, ni en el diplomático, ni siquiera en el verbal. Nada. Este país sabe que cualquier cosa que diga o haga, será utilizada en su contra. Y dado que ningún escenario emergente es necesariamente favorable a Israel –de un lado caen tiranos, pero de otro lado surgen regímenes islamistas- lo mejor es llamarse a un estricto silencio de radio y de acción.
Por eso, a casi dos años y medio de masacres y guerra civil en Siria, se puede confiar con cierta dosis de seguridad en que Israel tuvo buenos motivos para efectuar este ataque doble contra el tren cargado de misiles y el instituto de investigación aledaño a Damasco. Sólo cabe esperar que sus cálculos sean correctos y que Siria se abstenga de reaccionar, que el conflicto en Siria culmine pronto y con la menor cantidad de muertos posible, por el bien y la paz entre todos los actores de la zona.