Reciclar la Ciudad

por ESTELI SLACHEVSKY, Arquitecta, U. de Chile.

En un tiempo y lugar donde todo es desechable y obsoleto, la basura se acumula y se desecha. Poco a poco, nos estamos dando cuenta del gran desastre que estamos provocando a nivel mundial. La sociedad se maravilla con lo nuevo y descarta lo viejo. Con esto no solo somos los protagonistas de la vertiginosa decadencia del planeta, sino también los personajes de una identidad desmesuradamente cambiante y desechable, carente de simbolismos y significados. En esta inquietante realidad, los arquitectos somos fieles colaboradores de un sistema económico que desecha lo que deja de ser funcional. Y los edificios que no se trasmutan, mueren.

Es importante que desde nuestra disciplina seamos capaces de cuestionar esta actitud funcionalista y desechable, que va en desmedro del observar y examinar la calidad de vida que ofrece la ciudad. Si comparamos la casa deshabitada, con una persona vacía o sola, entendemos que como sociedad tenemos que hacernos cargo de estos dispositivos de vida y memoria.

Si agregamos a esto que en los últimos 50 años, la expansión territorial de Santiago se ha cuadruplicado (Santiago pasó de tener una superficie de 11.349 hectáreas en 1940, a 46.165 hectáreas en 1992), debemos cuestionarnos seriamente porqué tenemos una ciudad gris, con obesidad mórbida. Y porqué seguimos en la cruzada del hormigón.

El sinfín de bellos palacios del centro de Santiago, por ejemplo, correspondían a las viviendas de la burguesía Santiaguina de los años 20-30. Hacia los años 50-60, ésta migra hacia zonas más exclusivas, y los palacios que correspondían generalmente a una única familia, se convierten en conventillos, alojando a varias familias, muchas veces en condiciones de hacinamiento. El tiempo, el deterioro paulatino y particularmente los terremotos han hecho lo suyo. Y la incapacidad de los propietarios de ofrecer oportunos arreglos, por falta de recursos o por despreocupación, han generado que hoy varias zonas de la ciudad estén en un estado lastimoso. En estas circunstancias, es cuando llegan las malvadas inmobiliarias a arrasar con los lastimosos barrios.

Este ciclo de borrón y cuenta nueva genera grandes pérdidas; arquitectónicas, históricas, ecológicas (la huella de carbono producida en una demolición es enorme), identitarias (perdemos espacios de la ciudad e imaginarios colectivos). Es aquí cuando hay que detenerse a pensar que otras opciones tenemos. Hay que cuestionarse si la casa puede volver a su uso original, si es así la opción que debería primar es la Restauración. Si no es así, y el uso es anacrónico, como lo serían los grandes palacetes de Santiago, el edificio debe mutar. Y una gran opción es el reciclaje, proyectos que recreen, repiensen, revivan. Replicar los procesos de transformación orgánica revirtiéndolos. Si el sistema urbano nace y muere, o se convierte en desecho, recuperar lo abandonado revirtiendo su proceso de muerte y reviviéndolo para ofrecerlo al habitat.

Holanda es un perfecto ejemplo de esta situación, donde a falta de cristianos 1/3 de las iglesias han sido demolidas, el resto ha buscado transformarse. Y hoy encontramos librerías (Librería Selexyz de los arquitectos Merkx+Girod, construida en la iglesia de Maastricht), hoteles (Hotel Arena, de Amsterdam), residencias (Residential Church XL de los arquitectos ZECC, construida en la iglesia St. Jakobuskerk, en Utretch), entre otros.

El desafío que plantea un reciclaje es grande, no se trata de simplemente demoler y poner algo completamente nuevo, es entender y respetar una preexistencia, comprenderla a cabalidad para lograr adecuarse a ella, y darle el nuevo uso.

Ante esta enorme ciudad, Santiago, y su obesa situación me parece indiscutible la necesidad de buscar los espacios olvidados, que en Santiago son muchos, y revivirlos con intervenciones que consideren la preexistencia pero que construyan comunidad y ciudad.

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