La ciudad de los muertos

por YAEL RAPAPORT, Socióloga, U. Diego Portales.

 

Con solo un par de pasos hacia el interior del cementerio general de Santiago, es posible encontrar una profunda sensación de muerte, y verse inmerso en una imponente necrópolis. Su estética, objetos, construcciones, organización y simbología, nos transportan de inmediato hacia un escenario absolutamente único e irreproducible, en el que los tiempos se fusionan, generando un ambiente completamente diverso a la realidad urbana de nuestra ciudad.

Aquí, la muerte está en todas partes, el pasado puede olerse, y su estética nos recuerda que caminamos sobre la historia de una ciudad. Al igual que en las grandes urbes, los cementerios tradicionales (el Cementerio General de Santiago y en menor medida el Cementerio Católico), poseen características bastante singulares, otorgándole un parecido con las ciudades de los vivos.

En efecto, la conformación y segmentación social típica de cualquier ciudad, se puede apreciar también en el cementerio general y católico. En un primer acercamiento, apreciamos la gigantesca extensión del terreno correspondiente al cementerio y que, al igual que una ciudad, resulta imposible recorrer en una primera instancia. Al mismo tiempo, es posible encontrar una organización física similar, debido a la existencia de calles principales y adyacentes que recuerdan mucho a la conformación de cualquier ciudad. Por otra parte, el Cementerio Católico de Santiago, sigue siendo una ciudad de los muertos, con la diferencia que posee niveles estéticos mucho más acabados, en los que se aprecia una inversión mucho más homogénea en todo el cementerio.

A pesar de esta diferencia ornamental, que puede explicarse por la gran presencia de simbolismos religiosos, que elevan en cierta medida el nivel estético del cementerio respecto de su vecino, el cementerio católico sigue siendo una necrópolis que presenta en menor medida, una estratificación por clase. Esta estratificación, que en el cementerio católico puede apreciarse en pequeños patios posteriores que escapan a la pomposa estética religiosa de los pasillos principales, es sustancialmente más visible en el Cementerio General. Los grandes mausoleos familiares, son de casi exclusivo patrimonio de familias o sujetos de clase acomodada. Este hecho se percibe en ambos cementerios tradicionales, lo que denota, como ya anticipaba Ariés (2000), la poderosa relación entre los lazos sanguíneos y la tradición.

Por otra parte, si en los grandes mausoleos familiares de clase acomodada, el simbolismo identitario más poderoso estaba representado por el apellido y el lujo de las construcciones, en las clases bajas, estos elementos son reemplazados por pequeños objetos simbólicos que dan cuenta, no tanto de la identidad familiar, sino de la del difunto. De hecho, resulta impresionante ver las tumbas de los niños en los patios de tierra, cada una de ellas presenta una serie de elementos que recuerdan al niño, ya sean juguetes u otro tipo de adornos que pertenecieron a él cuando estaba con vida. Es una marcada diferencia respecto de los sectores de clase alta, donde se privilegia lo familiar por sobre lo individual.

El modo en que las personas viven, tiene un correlato estético, simbólico y social en las sepulturas de los cementerios tradicionales y en la forma en que mueren. Ya sea por la alta estratificación social presente en el cementerio general, como por la fuerte carga simbólica existente en las tumbas de determinados sectores, los cementerios tradicionales pueden ser entendidos como la continuación de una parte de nuestra sociedad, una ciudad para los muertos.

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *