400 venezolanos duermen sin nada frente a su Embajada

por YONATHAN NOWOGRODSKI, Ingeniero Civil Industrial, U. de Chile. Diplomado en Educación Judía, U. Hebrea de Jerusalem. Ex Director Ejecutivo, Comunidad Judía de Chile. Ex Presidente, Consejo Chileno Israelí.
 
En este mismo momento, a sólo tres cuadras de mi casa en la calle Bustos, frente a la embajada de Venezuela en Chile, hay cientos de ciudadanos venezolanos que están literalmente en la calle en condiciones miserables, viviendo en la vereda.
Con mi esposa nos enteramos de lo que está ocurriendo a través de una tía suya y, sin dudarlo, hicimos todo lo que está al alcance de la mano para darles apoyo. Fue así como tomamos colchones, frazadas, almohadas y las subimos al auto para ir a entregarlas al caer la noche en Santiago. Quién iría a pensar que, viajando a sólo un par de minutos de nuestro hogar, nos encontraríamos con imágenes tan fuertes que uno solo podría ver en las películas: como el dicho dice, la realidad supera la ficción.
Al llegar al frente de la sede diplomática, fue chocante ver a parejas jóvenes recostadas sobre colchones en pleno suelo, niños pequeños caminando en la oscuridad sin nada que los protegiese del frío además de unas cuantas carpas, como si se tratase de un campamento de refugiados. No quise tomar fotos por respeto a la dignidad de estas personas, aunque posteriormente, al regresar a mi domicilio, varios de mis amigos me escribieron por whatsapp que un canal de televisión había hecho una nota sobre lo que estaba ocurriendo, mostrando la crudeza a la cual se encuentra sometida esta gente.
Conversando con un par de hombres y una joven mujer – a las cuales pude entregarle nuestro sencillo aporte – me contaban que la mayor parte de las familias que estaban viviendo en la calle llegaron a Chile buscando oportunidades y, a causa de los efectos del COVID-19, perdieron sus trabajos y simplemente no pudieron seguir pagando los arriendos ni las cuentas. Hace poco menos de dos semanas, se instalaron afuera de la Embajada, esperando a que el gobierno de su país les pueda dar una solución, cosa que no tiene comparación a la de ciudadanos de otras nacionalidades que se encuentran atrapados en Chile debido al cierre de fronteras para frenar el avance del virus. En este sentido, la repatriación de bolivianos y/o peruanos se ve bastante promisoria al lado de la de los venezolanos: prácticamente todos sabemos que el entorno político y económico de la república bolivariana es uno de las peores del mundo occidental, por lo que a uno se le anuda la garganta de solo pensar el paso que estas personas podrían dar desde su actual realidad en Chile a una futura en su patria de origen.
Al regresar a mi casa, no pude dejar de pensar en lo que vi. Fue tanto que, al día siguiente – con noticias alentadoras por parte de las hermanas de mi suegra – volví al sitio del suceso. Según me pude enterar, una buena parte de los 400 venezolanos fueron acogidos días atrás en los galpones de una comunidad religiosa aledaña donde les dieron acceso a un techo, baños, comida, desinfectantes y mascarillas, lo que mejoraba bastante las condiciones de sus connacionales que están durmiendo al aire libre frente a la embajada. Sentí un breve alivio al ver que, en estos tiempos difíciles, la solidaridad aún está presente. Después de dialogar con una de las coordinadoras del lugar, quien me mencionó el listado de artículos de aseo que aún les estaba faltando, me acerqué al cura de la parroquia y de todo corazón le di las gracias por el gesto humanitario.
Literalmente y por mi “de-formación” identitaria judía casi se me escapa decirle “es una gran mitzva[1] la que su congregación y usted están haciendo”, pero de repente me acordé de que obviamente él no iba a entender esta palabra en hebreo. Sutilmente uno pensaría que “mitzva” se puede traducir como “buena acción”, cuando en realidad quiere decir “deber”, lo que marca una diferencia sustancial al tomar conciencia de su significado: dadas las circunstancias, uno está obligado a hacer lo correcto, sin esperar nada a cambio.
Personalmente no pude quedarme quieto. El sufrimiento que esta gente está experimentando no puede ni debe ser desatendido. Por lo mismo, me lancé a pedir ayuda por redes sociales entre mis amigos y/o conocidos para así juntar una suma considerable de dinero y cubrir parte de sus necesidades. Esto dejará mi conciencia tranquila por un rato, aunque como sabemos, el problema de fondo es un millón de veces más complejo.
El panorama a nivel mundial se ve desolador en términos sanitarios y económicos para los próximos meses. Ahora mismo en Chile, los hospitales están empezando a saturarse por los efectos del virus. La cantidad de muertes por COVID-19 desgraciadamente va en aumento, así como también se ve inevitable el aumento en la tasa de cesantía y la quiebra de empresas de todo tamaño y tipo. Familias completas se han visto obligadas a reducir sus presupuestos al mínimo para sobrevivir, no obstante, también este caos tiene un lado positivo: todos estamos reflexionando acerca de lo que realmente nos importa en la vida.
Nos damos cuenta que el distanciamiento social nos permite valorar nuestras relaciones familiares y amistades con mayor ímpetu. Nos percatamos que podemos vivir con bastante menos que lo que pensábamos, comprando lo que necesitamos y no necesariamente todo lo que queremos, cosa que el consumismo nos llevó a creer como paso indispensable para alcanzar una felicidad pasajera basada en lo externo a la propia autoestima. Pero, sobre todo, este problema global nos ha obligado a darnos cuenta de que la colaboración debe incrementarse entre los seres humanos para evolucionar. Se hace imprescindible el repensar los modelos políticos y económicos existentes para avanzar a sociedades más democráticas y cooperativas que, con el uso de la tecnología, puedan mejorar el acceso de millones de personas a la educación, salud y condiciones económicas dignas. La lista de necesidades humanas es infinita y los recursos escasos, sin embargo, la transmutación de una mentalidad egocéntrica indolente hacia una de abundancia fundada en la generosidad al prójimo puede mejorar exponencialmente el futuro.
Espero que la situación de los venezolanos en Chile se resuelva positivamente al no permitir que gane la indiferencia. Es una gran prueba para todos aquellos que pensamos que Chile, nuestro país, es grande en espíritu. Si algo hemos aprendido de esta pandemia, es que el virus no discrimina nacionalidad, religión, tendencia política ni orientación sexual. Por lo mismo, es responsabilidad de todos y cada uno, individual y colectiva, salir de esta crisis con una conciencia más solidaria.
[1] Deber en hebreo

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