Venimos de los barcos: la búsqueda de la identidad judía latinoamericana.

por JORGE ZEBALLOS STEPANKOWSKY. Periodista, U. de Santiago. Pahil Hashomer Hatzair Chile.

«Me pregunto en qué clase de sociedad vivimos, qué democracia tenemos donde los corruptos viven en la impunidad, y al hambre de los pueblos se la considera subversiva». Ernesto Sabato (Antes del fin, 1999).

Hoy es 14 de julio, y por las grandes alamedas, impuso su marcha miles de ciudadanos bajo la consigna alegre que anhelar una educación mejor no es fantasía, ni un irrealizable, es simplemente una exigencia inaplazable. A continuación leí y escuché las opiniones de las autoridades, en ellas se advierte una mezcla de amenaza y desorientación. Es que este nuevo Chile se basa en el temor a la desintegración social. Es natural que así sea porque luego de la experiencia traumática de la dictadura evaluamos con temblor cualquier interrupción o ruptura de los tradicionales sistemas de apoyo social, aunque sea tan banal como el tránsito vehicular.

Entre los miles de marchantes, también hubo judíos. Entre ellos un grupo de jóvenes, alegres y entusiastas que instalaron una guillotina de cartón piedra frente a La Moneda.Homenajede judíos emancipados al ritmo de La Marsellesa para conmemorar el 14 de julio guillotinando al lucro en educación, y con fervor revolucionario pasar bajo la hoja de papel a cuanto tecnoburocrata se les pasará por la mente. Lo curioso es, que hace semanas atrás, en este mismo espacio, Nicky Arenberg clamaba para que Chile despertara “de las burbujas que lo componen”. El joven secretario dela Federación de Estudiantes Judíos (FEJ) advertía “no esperar llegar al terror y la guillotina para tomar la iniciativa adecuada”.

Lo cierto es que buscando conectarse con el espacio público como es el barrio cívico mediante la chacota política, estos jóvenes judíos resignifican para si mismos ese espacio, real o imaginado, y cuya consecuencia directa será la profundización de lo judío chileno como habitar heideggeriano. No es poco. Desde el punto de vista político y estético la civilización judía a sido pintada por sus recurrentes y fallidos intentos de inserción, rubricados a su vez, por la contradicción, la desilusión y el desengaño. Tanto, que lo judío se utiliza hoy como referente de lo marginal, lo vulnerable; como apología de la alteridad, el eterno Otro. Si se prefiere, como contraseña privilegiada para describir el exilio, la dispersión desde la posibilidad de la extraterritorialidad del exilio,[1] y por tanto posible de redención a través de la utopía, o por lo menos, si seguimos a Theodor Adorno de problematizar la conceptualización de la categoría de sociedad, desde lo no conceptualizado; desde aquellas racionalidades espirituales que fueron expulsadas de las lógicas racionales de los espacios públicos autorizados y que entre redención y utopía resignifican en lo cotidiano, el tiempo mesiánico.[2]

Gemeinschaft und Gesellschaft, la obsesión judía por la cuestión de la integración o desintegración. El resultado de esta relación inmanente entre exilio y condición judía será que los propios círculos judíos privilegien como categoría de discusión la cuestión de los mecanismos de desintegración/integración social. Porque para el individuo judío tiene importancia actual, y en no pocas ocasiones, de vida o muerte. Se trata del aguijón problemático de las sociedades contemporáneas que habitan, y por tanto debatir esta cuestión parece casi una compulsión. Así en Latinoamérica la letanía hebrea de integración versus desintegración a sido descrita en varias formulas. Desde ‘anomia social’ como nos enseñó Emil, el hijo asimilado del rabino Moses Durkheim, mientras diferenciaba entre gemeinschaft und gesellschaft o solidaridad mecánica y solidaridad orgánica; hasta ‘crisis social’, ‘crisis de legitimación’, o ‘defectos de la integración’ como hemos leído en Luhmann o Jürgen Habermas.

Lo cierto es que el tema aparece en todo encuentro de líderes comunitarios judío. Quizás no tan intelectualizado como crisis de legitimación o defectos de la integración como pretende hacerlo este número de El diario judío, sino bajo tipologías más urgentes en lo practico como son las formulas de segregación kehilatí a partir de la década del noventa. Por ejemplo, cada vez que escuchamos a un askán (voluntario comunitario) referirse con indignación y preocupación por la suerte de aquellos individuos o grupos judíos con estatus más bajos, y que no encuentra una ruta sensata del por qué unos son constreñidos a posiciones marginales mientras que otros fortifican su identidad judía mediante la adquisición y uso de bienes simbólicos. O aquel otro quetschen del curtido dirigente yeke que se suspira al visualizar como se pierde la tribalidad originaria, esa gemeinschaft basada en las semejanzas de experimentar los mismos sentimientos, de adherir a los mismos valores, de reconocer las mismas cosas como sacras. Por eso suele dudar de la capacidad integradora de la solidaridad orgánica frente a la desintegración social. ¡Que decir sobre cada simposio, seminario o mesa redonda! En ellos el kvetshing (gimoteo) reina, porque todos aprecian como repelente que en lo que se avanza es en una kehilá de tipo estamental.

Por otro lado, hay optimistas que argumentan basados en una suerte de solidaridad orgánica, una Gesellschaft donde el judaísmo será un espacio dónde los individuos ya no son semejantes, sino diferentes; y hasta cierto punto precisamente porque son distintos se obtendrá el consenso.[3] Y a partir de allí, nuevas y complejas formas de integración podrían surgir, por ejemplo a través de nuevas formas comunales o socioeconómicas de formación de identidad judía.

Ante la desintegración, otros postulan que el factor principal es la erosión de las arraigadas redes tradicionales de las kehilot latinoamericanas. Me atrevo aventurar que quizás nunca hubo esas redes. Parafraseando a Zitarrosa, los judíos venimos de los barcos, donde cada uno en su origen es también resultado de un proceso de desintegración social ajeno a latinoamericana. El peletero que abandonó Odessa, el carpintero de partió de Izmir, la doncella polaca que abandonó Zamoscz, el tipógrafo alsaciano que abordó en Hamburgo el barco rumbo a Buenos Aires, Valparaíso o Callao, a larga escala es el corolario de un proceso de segregación y desintegración.

Venimos de los barcos porque como explica George Steiner la situación europea y judía en el tiempo de la compra del ticket al “Continente de la esperanza” le hizo sentido a “hombres y mujeres condenados a la decadencia como en Spengler, o por hombres y mujeres destinados a sometidos una renovación fundamental, un agonizante renacimiento de las cenizas de su pasado muerto”. Este es el mensaje que Ernest Bloch canta y predica como revolución por el derrocamiento del orden existente dentro de la psique y sociedad; de Franz Rosenzweig donde la violencia es exaltación de la luz de la cercanía de Dios que quiebra casi insoportablemente la conciencia humana; es el Ser y Tiempo de Heidegger; la Tesis sobre filosofía de la historia de Benjamin y, en una perspectiva de tiempo limitado, de Karl Barth donde “No hay dictamen más violento en la literatura teológica que la frase: ‘Dios dice su eterno No al mundo’”. Es también la Europa de la promesa de Hitler de un Volk. Para  Steiner ese Zeitgeist a pesar de las diferencias, ponen de manifiesto, el sentido de desamparo, de hundimiento y a la vez de Apocalipsis mesiánico, secular o del otro.[4]

Mientras en Chile, a pesar que el invierno y sus fríos inhibe la participación, las nuevas formas de integración/desintegración judías se acrisolan fuera de las oficinas calefacionadas, desprecia el confort sedante de la instalación kehilatí para salir a guillotinar no sólo a los responsables del lucro en la educación sino también para apuntar a aquellos que han convertido a la hasbará, en su origen una technika, un medio, en un fin en sí mismo contra la desintegración social comunitaria.

Que haya en los judíos más interés por la hasbará que por los inéditos vínculos de Federación de Estudiantes Judíos con la Confederación de Estudiantes (Confech) o por la publicación a cuatro colores en la prensa nacional de las performances colegiales de Hashomer Hatzair como premio a su creatividad luego de cada marcha, es porque la opinión pública judía a convertido medios en fines y se encuentra bajo el espejismo mostrenco de confundir propaganda como el mecanismo para rejuvenecer una nueva Gemeinschaft, porfiando al no reconocer las “otras edades judeolatinoamericanas” en la formulación de una afinidad kehilatí criolla. No lo digo yo, lo pensó el franco-brasileño Michael Löwy en su Redención y Utopía. El judaísmo libertario en Europa Central. Un estudio de afinidad electiva.[5]


[1] Traverso, Enzo, Cosmópolis. Figuras del exilio Judeo-Alemán, México, UNAM, 2004.

[2] Matamoros Ponce, Fernando. “Entre redención y utopía, el tiempo mesiánico: Consideraciones materialistas de la historia de Walter Benjamin y Siegfried Kracauer”. Revista Herramienta Nº 43. Marzo de 2010. Buenos Aires.

[3] Montesinos dela Rosa, Daniel. “Apuntes de metodología: Sociología. Emile Durkheim” Sin publicar. 2006.

[4] Steiner, George. Martin Heidegger: With a new introduction. Chicago. The University of Chicago Press. Edición de 1991., pág. VII.

[5] Löwy, Michael. Redención y Utopía. El judaísmo libertario en Europa Central. Un estudio de afinidad electiva. Buenos Aires. Editorial El Cielo por Asalto. 1997.

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